miércoles, 18 de julio de 2012

EL OTOÑO DE MI VIDA. Por: Luis Esteban Santos Rodríguez


EL OTOÑO DE MI VIDA
Por: Luis Esteban Santos Rodríguez


Ha comenzado el otoño de mi vida, y bueno, ahora que mi familia me festeja un cumpleaños más he decidido tomarme un tiempo, venir y encerrarme en el estudio, que tantas y tantas veces ha sido mi refugio, lugar en el que sueño y evoco imágenes que cada vez se van haciendo más y más viejas. Ya casi se cumplen cuarenta años de que conocí el verdadero amor, y bueno, aunque me apena un poco decirlo, mi verdadero amor no es la mujer que en dos décadas y media ha sido mi compañera, la madre de mis tres hijos, a la que le debo tanto y tengo tantos días de felicidad que agradecerle. No, desafortunadamente no lo es.



No es nada nuevo lo de hoy, es decir, no me he venido a encerrar porque sí, hoy como otras tantas veces he venido a pensar en el pasado y lo miro como algo dulce que me dejo el corazón destrozado en aquel tiempo, cuando permití que entrara aquel mal viento ladrón y me arrancara del pecho el tesoro que en mi vida fue depositado por Dios, acogido por el mar, lavado muchas veces por el cielo, despertado por el sereno del amanecer, unido eternamente a mi por las mañanas, las tardes y las noches en las que nos entregamos con y sin miedo y pensamos amarnos infinito, luego vino el declive, comenzamos a ser lo que jamás seremos; enemigo uno del otro, entonces fuimos desconfiados, violentos y yo fui torpe, cobarde, ciego, hasta que la vi lejos, intente correr hacia ella pero ella quería que caminara, no lo entendí, y en mi carrera tropecé varias veces con los trozos de amor que ella iba dejando a su paso, las lagrimas en los ojos no me permitían ver que ella ya no iba sola, cuando lo noté entendí que era yo quien había hecho las cosas mal y que cada uno teníamos que cargar con sus culpas, cada uno tenía que ser responsable, pero aun así continué buscando, intentando ser diferente para recuperarla, estoy seguro de que me acerqué, pero estaba ansioso, tenía miedo de un no definitivo y si bien éste nunca llegó es porque tal vez nunca le di oportunidad de llegar.



Me llevo algún tiempo aceptar pero acepte sus palabras como razones, era así entonces como luego de siete magníficos años tendría yo que caminar sólo y lloré, lloré mucho porque entendí que había perdido de verdad lo que más amaba y sé que no fue él quien me la quito, fui yo el que no supo retenerla, la ahuyenté, exageré en la seguridad de tenerla, la creí incondicional, mía eternamente y me faltó tacto para averiguar sus dolores, sus pesares, sus miedos; dentro de los que me incluyo, me perdió la confianza, pero estoy seguro de que hoy, después de que han pasado treinta años, no ha pasado un día sin pensar en mi, por un olor, por una risa, por un suspiro, por una caricia, por una gota de lluvia, por un susurro del viento en su oído, y sé que deseó y desea aún luego de más de tres décadas que sea mi voz la que se escucha del otro lado del auricular.



Fue un largo proceso aquel, el de olvidar o más bien era recordar sin dolor, perdonar, ocupar el tiempo en otras personas, en otros asuntos, tratar de conciliar el sueño y dormir más de cuatro horas.



Hasta que por fin deje que entrara ella, que con detalles, apapachos y esa belleza irradiante que a cada día venía a deslumbrarme, me hizo sentir confiado y seguro, me tendió su mano y abrió el corazón para mí sin esperar nada a cambio y yo le entregue honestidad, dignidad y mucho cariño, jamás he llegado a amarla como ella lo merece, pero lo he intentado y me preocupo por ella y por los bebés que ya son grandes, he tratado cada día de entregar lo mejor, de ser un padre ejemplar, de ser un excelente marido y... no se, quizá hasta he sido un ejemplo para otros hombres.



Fue en su cumpleaños numero veintitrés el día que decidí dejar de verla, acababan de pasar los días santos y sin avisarle nada me separé sin saber que era para siempre de su vida.



Luego, unos siete u ocho años después la vi en el aeropuerto; ella cargaba una niña, seguía siendo hermosa como cuando la conocí, sus ojos seguían brillando como siempre y aún hoy cuando evoco su imagen puedo percibir ese brillo deslumbrante de las dos hermosas estrellas que iluminaban su rostro, ella no me vio o por lo menos eso creo, pero esa fue la última vez que la vi.



Es muy fácil para un hombre abandonarse; yo estuve a punto de hacerlo, pero lo que no es fácil es luchar por uno mismo, tal vez yo no lo hubiera logrado sólo, sin la ayuda de ella; mi esposa, acompañante fiel, amiga incondicional y responsable de hacer que yo esté en pleno otoño de mi vida.