domingo, 30 de diciembre de 2012

Me caí del mundo y no sé cómo se entra


Me caí del mundo y no sé cómo se entra

Por: Eduardo Galeano

 

Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.

No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar.

Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales.

¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables! Sí, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó botar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el pañuelo de tela del bolsillo.

¡Nooo! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.

¡Guardo los vasos desechables!
¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez!
¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los cubiertos!
Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida!
¡Es más!
¡Se compraban para la vida de los que venían después!
La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, vajillas y hasta palanganas de loza.

Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de refrigerador tres veces.

¡¡Nos están fastidiando!! ¡¡Yo los descubrí!! ¡¡Lo hacen adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica.

¿Dónde están los zapateros arreglando las media-suelas de los tenis Nike?

¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando colchones casa por casa?

¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista?

¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?

Todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto, producimos más y más y más basura.

El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad.

El que tenga menos de 30 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el que recogía la basura!!
¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de... años!

Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII)
No existía el plástico ni el nylon. La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en la Fiesta de San Juan.

Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban.

De ‘por ahí’ vengo yo. Y no es que haya sido mejor. Es que no es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el ‘guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo’, pasarse al ‘compre y bote que ya se viene el modelo nuevo’. Hay que cambiar el auto cada 3 años como máximo, porque si no, eres un arruinado. Así el coche que tenés esté en buen estado. ¡Y hay que vivir endeudado eternamente para pagar el nuevo! Pero por Dios.

Mi cabeza no resiste tanto.

Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que, además, cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real.

Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo) Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo.

Sí, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes y no sé cómo no guardamos la primera caquita. ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?

¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?

En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos...¡Cómo guardábamos!! ¡Tooooodo lo guardábamos! ¡Guardábamos las tapas de los refrescos! ¿Cómo para qué? Hacíamos limpia-calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Tooodo guardábamos!

Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables. Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de sardinas o del corned-beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.

Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡Los diarios! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para pone en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne!
Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros y los goteros de las medicinas por si algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía ‘éste es un 4 de bastos’.

Los cajones guardaban pedazos izquierdos de pinzas de ropa y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en una pinza completa.

Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden ‘matarlos’ apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada: ¡ni a Walt Disney!
Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron: ‘Cómase el helado y después tire la copita’, nosotros dijimos que sí, pero, ¡minga que la íbamos a tirar! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas. Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de botellones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. ¡Ah! ¡No lo voy a hacer! Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad son descartables.

Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo, pegatina en el cabello y glamour.

Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la ‘bruja’ como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la ‘bruja’ me gane de mano y sea yo el entregado.

jueves, 13 de diciembre de 2012

Despedida.


DESPEDIDA

Por: Paul Geraldy

Conque entonces, adiós. ¿No olvidas nada?
Bueno, vete... Podemos despedirnos.
¿Ya no tenemos nada qué decirnos?
Te dejo, puedes irte...
Aunque no, espera, espera todavía
que pare de llover... Espera un rato.

Y sobre todo, ve bien abrigada,
pues ya sabes el frío que hace allí afuera.
Un abrigo de invierno es lo que habría
que ponerte... ¿De modo que te he devuelto todo?
¿No tengo tuyo nada?
¿Has tomado tus cartas, tu retrato?

Y bien, mírame ahora, amiga mía;
pues que en fin, ya va uno a despedirse.
¡Vaya! No hay que afligirse;
¡vamos!, ¡no hay que llorar, qué tontería!

¡Y qué esfuerzo tan grande
necesitan hacer nuestras cabezas,
para poder imaginar y vernos
otra vez los amantes
aquellos tan rendidos y tan tiernos
que habíamos sido antes!

Nos habíamos las vidas entregado
para siempre, uno al otro, eternamente,
y he aquí que ahora nos las devolvemos,
y tú vas a dejarme y yo voy a dejarte,
y pronto partiremos
cada quien con su nombre, por su lado...
Recomenzar... vagar...
vivir en otra parte...
Por supuesto, al principio sufriremos.
Pero luego vendrá piadoso olvido,
único amigo fiel que nos perdona;
y habrá otra vez en que tú y yo tornaremos
a ser como hemos sido,
entre todas las otras, dos personas.

Así es que vas a entrar a mi pasado.
Y he de verte en la calle desde lejos,
sin cruzar, para hablarte, a la otra acera,
y nos alejaremos distraídos
y pasarás ligera
con trajes para mí desconocidos.
Y estaremos sin vernos largos meses,
y olvidaré el sabor de tus caricias,
y mis amigos te darán noticias
de "aquel amigo tuyo".

Y yo a mi vez, con ansia reprimida
por el mal fingido orgullo,
preguntaré por la que fue mi estrella
y al referirme a ti, que eres mi vida,
a ti, que eras mi fuerza y mi dulzura,
diré: ¿cómo va aquella?

Nuestro gran corazón, ¡qué pequeño era!
Nuestros muchos propósitos, ¡qué pocos!;
y sin embargo, estábamos tan locos
al principio, en aquella primavera.
¡Te acuerdas? ¡La apoteosis! ¡El encanto!
¡Nos amábamos tanto!

¿Y esto era aquel amor? ¡Quién lo creyera!
De modo que nosotros -aún nosotros-,
cuando de amor hablamos
¿somos como los otros?
He aquí el valor que damos
a la frase de amor que nos conmueve.
¡Qué desgracia, Dios mío que seamos
lo mismo que son todos! ¡Cómo llueve!

Tú no puedes salir así lloviendo.
¡Vamos!, quédate, mira, te lo ruego,
ya trataremos de entendernos luego.
Haremos nuevos planes,
y aun cuando el corazón haya cambiado,
quizá revivirá el amor pasado
al encanto de viejos ademanes.
Haremos lo posible;
se portará uno bien. Tú, serás buena,
Y luego... es increíble,
tiene uno sus costumbres; la cadena
llega a veces a ser necesidad.

Siéntate aquí, bien mío:
recordarás junto de mí tu hastío,
y yo cerca de ti mi soledad.

jueves, 29 de noviembre de 2012

El cielo y el infierno


El cielo y el infierno

Por: Luis Esteban Santos Rodríguez

Teología /1
El catecismo me enseñó, en la infancia, a hacer el bien por conveniencia y a no hacer el mal por miedo. Dios me ofrecía castigos y recompensas, me amenazaba con el infierno y me prometía el cielo: y yo prometía y creía.[1]


 
Una batalla milenaria fue desencadenada quizá desde que el hombre cobró para si su propia conciencia,  entonces, el bien y el mal iniciaron  una infinita controversia que va de lo moral a lo celestial ¿Qué significado tiene para cada uno el cielo o el infierno?


 
Más allá de la religión o del libre albedrio emocional el cielo y el infierno son para muchos el destino final de las personas aún y cuando  exista para muchos el purgatorio de por medio.


 
Ampliamente representados a lo largo de la historia de la humanidad el cielo y el infierno han tomado forma en numerosas obras literarias, esculturales o pictográficas, han sido el eje central de interminables conversaciones que  evocan sueños, pesadillas o simplemente momentos de la vida que pierden continuidad y se arraigan en la memoria de quien los quiere recordar a perpetuidad y se siente como en el  cielo o intentan olvidar en el momento en  el que lo recuerda y se piensa que ya no es necesario ir al infierno porque parece estar en él. Así es como el cielo  y el infierno han pasado a formar parte de la vida cotidiana del hombre a través de los tiempos. ¿Qué representa para la humanidad del cielo y el infierno?


 
Aristóteles, Platón, Da Vinci, Dante, son sólo algunos nombres de grandes celebridades que dedicaron gran parte de su tiempo en definir, describir o tratar de interpretar el significado que estas dos grandes vertientes nos arrojan y lo que vienen a representar.


 
¿Dónde están? ¿Dónde queda el cielo o el infierno?

 
 
El espacio físico que pudiera representar el cielo es simplemente inconmensurable, quizá es por eso que esta estrechamente ligado con la eternidad y por la pura simpleza de su definición es muy fácil encontrarlo, bastará con levantar la vista y ahí está en el azul cielo o quizá en un negro profundo o nublado o  estrellado etc. Pero ahí está y nos muestra tantas imágenes tan diversas y espectaculares que resulta casi imposible desligarlo de la divinidad o de la grandeza de algún Dios; cualquiera (no quiero limitar este texto para unos cuantos). El caso es que ahí ha estado desde que yo naci y desde que apareció el primer hombre sobre la faz de la tierra seguramente el cielo ya estaba con su sol, sus estrellas, su luna, sus nubes, así completito, a lo mejor menos brumoso que el de ahora pero ahí estaba y seguramente desde entonces como ahora se había ido identificando como la residencia de Dios; como la mayoría de las religiones lo ubican. Por lo tanto una definición simple del cielo podría ser: La infinita presencia de lo majestuoso que habita sobre la tierra y cubre cada espacio de esta.


 
El infierno sin embargo es más complejo, aun pasando por alto esa imagen que a la mayoría nos viene como una perpetua sala de castigos a donde van a parar los malos. Su ubicación según su propia definición es al contrario del cielo, hacia abajo; no hacia el sur, sino hacia abajo, me imagino que dirigiéndose hacia el centro de la tierra, cuyo máximo líder vendría siendo el Diablo, Lucifer, Satanás, etc. Al que le tocó por así decirlo la casa más fea, y sin embargo es la más próxima a la tierra, porque si lo pensamos bien, pues se encuentra dentro de la tierra misma, es decir, podría estar en el mismo lugar donde vivimos, pero más abajo, no se precisa con exactitud a qué distancia pero lo mismo pasa con el cielo, nadie sabe tan precisamente que distancia hay que elevarse para alcanzarlo. Por cierto que me parecería maravilloso que existieran algunos letreros como los que se colocan en las carreteras y que delimitan el fin y el principio de un lugar; entiéndase por lugar un pueblo, una ciudad o un país, es decir me parecería muy bueno encontrar: FINALIZA EL  ESPACIO TERRESTRE Y  COMIENZA EL CIELO o quizá BIENVENIDO AL SIETE MIL VECES HERÓICO CIELO, UN LUGAR GLORIOSO PARA VIVIR. CON UN NUMERO INCONTABLE DE HABIRANTES, y luego ver de vuelta el letrero que diga: VUELVA PRONTO o GRACIAS POR SU VISITA, aunque pensándolo bien éste sería un anuncio inútil porque teóricamente nadie puede ir y regresar. Y lo mismo para el infierno quizá con otra tipografía pero con señalamientos y todo; así encontrarían el camino rapidamente los que ocasionalmente me hacen enfadar.


 
Más allá de todo, el cielo y el infierno o el infierno y el cielo son dos puntos equidistantes que emergen casi siempre al unísono sobre todo para confortar o exaltar la espiritualidad en los seres humanos además de que son y seguirán siendo la mayor referencia que existe entre el bien y el mal.


 

[1] Eduardo Galeano; El libro de los abrazos

domingo, 25 de noviembre de 2012

Mi Secreto


MI SECRETO

Por: Luis Esteban Santos Rodríguez

 

Cómo se dice gracias con el corazón, teniendo el corazón tan ocupado en amarte más y más cada días que pasa.

 

Qué se hace con la ansiedad de verte, teniendo en cuenta que cada instante que transcurre en mi vida me deja algún recuerdo tuyo

 

Cómo se puede vivir con un secreto tan hermoso, sintiendo que el secreto se desborda, invade todo mi cuerpo y se siente en el aire que respiro

 

Qué hago ahora contigo, ahora que eres todos mis días con sus noches, mis lunas con sus mariposas, mi secreto con su hermosura, mi ansiedad con tu recuerdo y mi corazón con su melancolía.

 

domingo, 18 de noviembre de 2012

Amigos o Amantes.


Amigos o Amantes.

Amigos por tanto tiempo,
y al revés de otras historias
tú sabes lo que yo siento,
y sé que ahí en tu memoria
no existe el arrepentimiento
por lo nuestro un mes del año.


Sé que juntarme contigo a oscuras
o a la luz del día,
es hundirme en la agonía
de no acallarte con besos,
de no encontrar el camino
para empezar mi regreso.

Sé que no tienes idea de cuántas
veces a solas y con los ojos cerrados,
lentamente y con cuidado,  con amor
te he desnudado;
sé que no sabes, lo entiendo,
porque yo lo he imaginado,
con qué pasión me has besado, 
cómo te has estremecido
cuando mis labios perdidos
sobre tu piel se han quedado.

Amigos por tanto tiempo,
tú conmigo, yo contigo,
listos a cada momento
para asistir al encuentro
del problemas o de la pena
que al otro lo está afligiendo.

Amigos por muchos años y al revés
de otras historias tú sabes
lo que yo siento,
y sé que ahí en tu memoria
no existe el arrepentimiento
por la locura vivida
una noche de verano en que
probé de tu mano,
de tu cuerpo y de tu boca,
la demencia que sofoca
la razón y los sentidos.

Ahora espero que entiendas
de una vez y para siempre,
que si a pesar de mis años tu juventud anhelante
me acepta como a un amigo,
tú alguna vez, en castigo,
me recibas como amante.

sábado, 17 de noviembre de 2012

Me Encanta Dios.


ME ENCANTA DIOS.
Por: Jaime Sabines


Me encanta Dios. Es un viejo magnifico que no se toma en serio. A él le gusta jugar y juega, y a veces se le pasa la mano y nos rompe una pierna o nos aplasta definitivamente, pero esto sucede porque es un poco cegatón y bastante torpe de las manos.

Nos ha enviado algunos tipos excepcionales como Buda, o Cristo, o Mahoma, o mi tía Chofi, para que nos digan que nos portemos bien. Pero esto a él no le preocupa mucho: nos conoce.
Sabe que el pez grande se traga al chico, que la lagartija grande se traga a la pequeña, que el hombre se traga al hombre. Y por eso inventó la muerte; para que la vida -no tu ni yo- la vida, sea para siempre.

Ahora los científicos salen con su teoría del Big Bang… pero ¿que importa si el universo se expande interminablemente o se contrae? Esto es asunto para agencias de viajes.

A mi me encanta Dios. Ha puesto orden en las galaxias y distribuye bien el transito en el camino de las hormigas. Y es tan juguetón y travieso que el otro día descubrí que ha hecho- frente al ataque de los antibióticos-¡bacterias mutantes!

Viejo sabio o niño explorador, cuando deja de jugar con sus soldaditos de plomo y de carne y hueso, hace campos de flores o pinta el cielo de manera increíble.

Mueve una mano y hace el mar, mueve otra y hace el bosque. Y cuando pasa por encima de nosotros, quedan las nubes, pedazos de su aliento.

Dicen que a veces se enfurece y hace terremotos, y manda tormentas, caudales de fuego, vientos desatados, aguas alevosas, castigos y desastres. Pero esto es mentira. Es la tierra que cambia - y se agita y crece- cuando Dios se aleja.

Dios siempre esta de buen humor. Por eso es el preferido de mis padres, el escogido de mis hijos, el más cercano de mis hermanos, la mujer mas amada, el perrito y la pulga, la piedra más antigua, el pétalo más tierno, el aroma más dulce, la noche insondable, el borboteo de luz, el manantial que soy.
A mi me gusta, a mi me encanta Dios.
Que Dios bendiga a Dios.

lunes, 1 de octubre de 2012

Poema Número 20


Poema Número 20

Por: Pablo Neruda

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: " La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro, sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor y es tan largo el olvido.

Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo