viernes, 17 de agosto de 2012

Requiém.


 RÉQUIEM
Por: Luis Esteban Santos Rodríguez

Cuando el día llegue, cuando poco a poco y uno a uno (los que me quieren y los que no) se vayan enterando del hecho, cuando mi cielo se oscurezca o se ilumine para siempre, cuando sea lo que fue mi vida, el motivo que despida una lagrima que luego de rodar por una mejilla caiga al suelo como gota de lluvia que se precipita sobre el asfalto o sobre la acera que hoy cuente historias interminables de enamorados que se pierden en abrazos y besos que hacen olvidar las despedidas a las que mata para siempre el punto final.

Cómo será cuando el último haz de luz brille en mis ojos y los deslumbre para siempre, cuando sepa aquella que me amó que aquel al que ella llamó el último beso en realidad lo fue, cómo será cuando en casa sepan que definitivamente no volveré, cuando aquel que me ordenó callarme se de cuenta de que no volverá a escucharme discutir.

Qué habrá para mi cuando no haya más aire que me nutra, cuando el corazón desista de seguirme haciendo vivir, cuando deje de dolerme todo, cuando no me lastime el pasado, cuando elimine la añoranza de la infancia, cuando desaparezcan eternamente mis necedades y por fin pueda mi cuerpo garantizar que no llorará jamás.

Qué pensarán aquellos que lean lo que estas líneas dicen; lo que yo digo en estas líneas, qué pensarán cuando ya no esté, cuando no les quede más que pronunciar lindas palabras por lo que fui, cuando sientan dolor los que en realidad me quieren y piensen que soy parte del viento y del aire que respiran, qué pensarán las plantas que regué, el piso que tanto tiempo me sostuvo y que en mis caídas jamás permitió que me fuera más allá, a donde el abismo me atraparía.

No estoy listo para ese día; lo confieso, pero sé que llegará y no lo busco, pero cuando ya esté aquí, lo aceptaré como la derrota de perder lo único que tenía o quizá lo agradeceré y disfrutaré como aquel precioso regalo que consigue siempre el que ha llegado a la meta.

Aún no sé cuando será aquel día, pero quisiera que fuera como hoy que no tengo rencor alguno hacia nadie, que valoro igual la tristeza y mis alegres momentos, que aprecio el frío que es amigo del calor y cuando son aliados me tienen como en este instante sumergido en esta tan acogedora y tibia paz, me gustaría sin duda alguna que aquel día en el que se apaguen mis ojos definitivamente, mis amigos sepan que les perdoné las bromas que me hicieron enfadar, el daño que me hicieron cuando se olvidaron de mi; teniéndome cerca, que acepten las disculpas que siempre traté de cargar de sinceridad, que siempre les agradeceré el tiempo y la paciencia que me entregaron cuando mis palabras necesitaban un oído a donde refugiarse.

No estoy listo y tal vez nunca lo estaré, pero me gustaría disfrutarlo como he disfrutado mi dolor, pero no hablo del dolor físico; que siempre pasa, el dolor del alma que nadie ve, que nadie entiende, que involucra todo, que llora por dentro, que llora solo, el que se angustia, que despide adrenalina, el dolor.

Desde luego que me arrepentiré, me arrepentiré de todo eso que no hice, de haberme callado tantas veces el “te quiero” ; al que se le antepuso la cobardía, de haber dejado morir el único amor sincero que vi nacer, de haber dejado ir a todas ellas que contemplaba durante largo tiempo y no era capaz de preguntarle siquiera su nombre aun y cuando mientras las contemplaba les invente historias que nunca tuvieron fin, historias en las que siempre fui yo el que terminé por enamorarlas, les arrancaba de golpe los besos y caricias que creí necesitar, que creí merecer, o por lo menos creí que eran lindos sueños. 

Sé bien que extrañaré la casa, el cuarto, los besos de mamá, las palabras de papá, los juegos de esos locos compañeros míos de infancia; mis hermanos, todo lo que me dio aquella mujer que jamás dejaré de amar, lo que viví debajo del cielo azul de día, oscuro de noche y gris en las tardes de lluvia, a mi otra pasión y los que me conocen saben a lo que me refiero cuando hablo de aquel amor incondicional, paciente, doloroso, orgulloso, amarillo.

Me llevaré lo mejor de todos, sus consejos, sus reproches; que me hacían ser mejor, sus miradas, sus olores, sus pretextos, sus necedades, sus virtudes, sus defectos, sus gestos, sus momentos de vida; que en un momento fueron con mi vida iguales, la suavidad y la aspereza de sus manos, la honestidad de sus abrazos, de algunas; no mucha, la sensibilidad y el roce de sus labios, el calor y la humedad de su cuerpo, todo, lo que viví y sentí, lo que considero mío, me lo llevo.

Y en mis letras; mi refugio, dejo el alma abierta con mis torpes y listas ideas que corren en distintos momentos, con distintas intenciones, hacia diferentes lugares, diferentes personas y que se disfrazan entre angustia, tristeza, dolor, nostalgia, incertidumbre, impaciencia, traición, miedo, amor, felicidad, cariño, hermandad, amistad, lealtad, Dios.

Y sólo por ponerle fin a este laberinto de ideas, quiero decirte adiós y gracias, por soportarme hasta el final, por darte un tiempo y leer o escuchar este pretexto que consideré adecuado para agradecerte.