domingo, 30 de diciembre de 2012

Me caí del mundo y no sé cómo se entra


Me caí del mundo y no sé cómo se entra

Por: Eduardo Galeano

 

Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.

No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar.

Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales.

¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables! Sí, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó botar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el pañuelo de tela del bolsillo.

¡Nooo! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.

¡Guardo los vasos desechables!
¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez!
¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los cubiertos!
Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida!
¡Es más!
¡Se compraban para la vida de los que venían después!
La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, vajillas y hasta palanganas de loza.

Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de refrigerador tres veces.

¡¡Nos están fastidiando!! ¡¡Yo los descubrí!! ¡¡Lo hacen adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica.

¿Dónde están los zapateros arreglando las media-suelas de los tenis Nike?

¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando colchones casa por casa?

¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista?

¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?

Todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto, producimos más y más y más basura.

El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad.

El que tenga menos de 30 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el que recogía la basura!!
¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de... años!

Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII)
No existía el plástico ni el nylon. La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en la Fiesta de San Juan.

Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban.

De ‘por ahí’ vengo yo. Y no es que haya sido mejor. Es que no es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el ‘guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo’, pasarse al ‘compre y bote que ya se viene el modelo nuevo’. Hay que cambiar el auto cada 3 años como máximo, porque si no, eres un arruinado. Así el coche que tenés esté en buen estado. ¡Y hay que vivir endeudado eternamente para pagar el nuevo! Pero por Dios.

Mi cabeza no resiste tanto.

Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que, además, cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real.

Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo) Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo.

Sí, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes y no sé cómo no guardamos la primera caquita. ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?

¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?

En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos...¡Cómo guardábamos!! ¡Tooooodo lo guardábamos! ¡Guardábamos las tapas de los refrescos! ¿Cómo para qué? Hacíamos limpia-calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Tooodo guardábamos!

Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables. Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de sardinas o del corned-beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.

Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡Los diarios! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para pone en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne!
Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros y los goteros de las medicinas por si algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía ‘éste es un 4 de bastos’.

Los cajones guardaban pedazos izquierdos de pinzas de ropa y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en una pinza completa.

Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden ‘matarlos’ apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada: ¡ni a Walt Disney!
Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron: ‘Cómase el helado y después tire la copita’, nosotros dijimos que sí, pero, ¡minga que la íbamos a tirar! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas. Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de botellones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. ¡Ah! ¡No lo voy a hacer! Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad son descartables.

Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo, pegatina en el cabello y glamour.

Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la ‘bruja’ como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la ‘bruja’ me gane de mano y sea yo el entregado.

jueves, 13 de diciembre de 2012

Despedida.


DESPEDIDA

Por: Paul Geraldy

Conque entonces, adiós. ¿No olvidas nada?
Bueno, vete... Podemos despedirnos.
¿Ya no tenemos nada qué decirnos?
Te dejo, puedes irte...
Aunque no, espera, espera todavía
que pare de llover... Espera un rato.

Y sobre todo, ve bien abrigada,
pues ya sabes el frío que hace allí afuera.
Un abrigo de invierno es lo que habría
que ponerte... ¿De modo que te he devuelto todo?
¿No tengo tuyo nada?
¿Has tomado tus cartas, tu retrato?

Y bien, mírame ahora, amiga mía;
pues que en fin, ya va uno a despedirse.
¡Vaya! No hay que afligirse;
¡vamos!, ¡no hay que llorar, qué tontería!

¡Y qué esfuerzo tan grande
necesitan hacer nuestras cabezas,
para poder imaginar y vernos
otra vez los amantes
aquellos tan rendidos y tan tiernos
que habíamos sido antes!

Nos habíamos las vidas entregado
para siempre, uno al otro, eternamente,
y he aquí que ahora nos las devolvemos,
y tú vas a dejarme y yo voy a dejarte,
y pronto partiremos
cada quien con su nombre, por su lado...
Recomenzar... vagar...
vivir en otra parte...
Por supuesto, al principio sufriremos.
Pero luego vendrá piadoso olvido,
único amigo fiel que nos perdona;
y habrá otra vez en que tú y yo tornaremos
a ser como hemos sido,
entre todas las otras, dos personas.

Así es que vas a entrar a mi pasado.
Y he de verte en la calle desde lejos,
sin cruzar, para hablarte, a la otra acera,
y nos alejaremos distraídos
y pasarás ligera
con trajes para mí desconocidos.
Y estaremos sin vernos largos meses,
y olvidaré el sabor de tus caricias,
y mis amigos te darán noticias
de "aquel amigo tuyo".

Y yo a mi vez, con ansia reprimida
por el mal fingido orgullo,
preguntaré por la que fue mi estrella
y al referirme a ti, que eres mi vida,
a ti, que eras mi fuerza y mi dulzura,
diré: ¿cómo va aquella?

Nuestro gran corazón, ¡qué pequeño era!
Nuestros muchos propósitos, ¡qué pocos!;
y sin embargo, estábamos tan locos
al principio, en aquella primavera.
¡Te acuerdas? ¡La apoteosis! ¡El encanto!
¡Nos amábamos tanto!

¿Y esto era aquel amor? ¡Quién lo creyera!
De modo que nosotros -aún nosotros-,
cuando de amor hablamos
¿somos como los otros?
He aquí el valor que damos
a la frase de amor que nos conmueve.
¡Qué desgracia, Dios mío que seamos
lo mismo que son todos! ¡Cómo llueve!

Tú no puedes salir así lloviendo.
¡Vamos!, quédate, mira, te lo ruego,
ya trataremos de entendernos luego.
Haremos nuevos planes,
y aun cuando el corazón haya cambiado,
quizá revivirá el amor pasado
al encanto de viejos ademanes.
Haremos lo posible;
se portará uno bien. Tú, serás buena,
Y luego... es increíble,
tiene uno sus costumbres; la cadena
llega a veces a ser necesidad.

Siéntate aquí, bien mío:
recordarás junto de mí tu hastío,
y yo cerca de ti mi soledad.

jueves, 29 de noviembre de 2012

El cielo y el infierno


El cielo y el infierno

Por: Luis Esteban Santos Rodríguez

Teología /1
El catecismo me enseñó, en la infancia, a hacer el bien por conveniencia y a no hacer el mal por miedo. Dios me ofrecía castigos y recompensas, me amenazaba con el infierno y me prometía el cielo: y yo prometía y creía.[1]


 
Una batalla milenaria fue desencadenada quizá desde que el hombre cobró para si su propia conciencia,  entonces, el bien y el mal iniciaron  una infinita controversia que va de lo moral a lo celestial ¿Qué significado tiene para cada uno el cielo o el infierno?


 
Más allá de la religión o del libre albedrio emocional el cielo y el infierno son para muchos el destino final de las personas aún y cuando  exista para muchos el purgatorio de por medio.


 
Ampliamente representados a lo largo de la historia de la humanidad el cielo y el infierno han tomado forma en numerosas obras literarias, esculturales o pictográficas, han sido el eje central de interminables conversaciones que  evocan sueños, pesadillas o simplemente momentos de la vida que pierden continuidad y se arraigan en la memoria de quien los quiere recordar a perpetuidad y se siente como en el  cielo o intentan olvidar en el momento en  el que lo recuerda y se piensa que ya no es necesario ir al infierno porque parece estar en él. Así es como el cielo  y el infierno han pasado a formar parte de la vida cotidiana del hombre a través de los tiempos. ¿Qué representa para la humanidad del cielo y el infierno?


 
Aristóteles, Platón, Da Vinci, Dante, son sólo algunos nombres de grandes celebridades que dedicaron gran parte de su tiempo en definir, describir o tratar de interpretar el significado que estas dos grandes vertientes nos arrojan y lo que vienen a representar.


 
¿Dónde están? ¿Dónde queda el cielo o el infierno?

 
 
El espacio físico que pudiera representar el cielo es simplemente inconmensurable, quizá es por eso que esta estrechamente ligado con la eternidad y por la pura simpleza de su definición es muy fácil encontrarlo, bastará con levantar la vista y ahí está en el azul cielo o quizá en un negro profundo o nublado o  estrellado etc. Pero ahí está y nos muestra tantas imágenes tan diversas y espectaculares que resulta casi imposible desligarlo de la divinidad o de la grandeza de algún Dios; cualquiera (no quiero limitar este texto para unos cuantos). El caso es que ahí ha estado desde que yo naci y desde que apareció el primer hombre sobre la faz de la tierra seguramente el cielo ya estaba con su sol, sus estrellas, su luna, sus nubes, así completito, a lo mejor menos brumoso que el de ahora pero ahí estaba y seguramente desde entonces como ahora se había ido identificando como la residencia de Dios; como la mayoría de las religiones lo ubican. Por lo tanto una definición simple del cielo podría ser: La infinita presencia de lo majestuoso que habita sobre la tierra y cubre cada espacio de esta.


 
El infierno sin embargo es más complejo, aun pasando por alto esa imagen que a la mayoría nos viene como una perpetua sala de castigos a donde van a parar los malos. Su ubicación según su propia definición es al contrario del cielo, hacia abajo; no hacia el sur, sino hacia abajo, me imagino que dirigiéndose hacia el centro de la tierra, cuyo máximo líder vendría siendo el Diablo, Lucifer, Satanás, etc. Al que le tocó por así decirlo la casa más fea, y sin embargo es la más próxima a la tierra, porque si lo pensamos bien, pues se encuentra dentro de la tierra misma, es decir, podría estar en el mismo lugar donde vivimos, pero más abajo, no se precisa con exactitud a qué distancia pero lo mismo pasa con el cielo, nadie sabe tan precisamente que distancia hay que elevarse para alcanzarlo. Por cierto que me parecería maravilloso que existieran algunos letreros como los que se colocan en las carreteras y que delimitan el fin y el principio de un lugar; entiéndase por lugar un pueblo, una ciudad o un país, es decir me parecería muy bueno encontrar: FINALIZA EL  ESPACIO TERRESTRE Y  COMIENZA EL CIELO o quizá BIENVENIDO AL SIETE MIL VECES HERÓICO CIELO, UN LUGAR GLORIOSO PARA VIVIR. CON UN NUMERO INCONTABLE DE HABIRANTES, y luego ver de vuelta el letrero que diga: VUELVA PRONTO o GRACIAS POR SU VISITA, aunque pensándolo bien éste sería un anuncio inútil porque teóricamente nadie puede ir y regresar. Y lo mismo para el infierno quizá con otra tipografía pero con señalamientos y todo; así encontrarían el camino rapidamente los que ocasionalmente me hacen enfadar.


 
Más allá de todo, el cielo y el infierno o el infierno y el cielo son dos puntos equidistantes que emergen casi siempre al unísono sobre todo para confortar o exaltar la espiritualidad en los seres humanos además de que son y seguirán siendo la mayor referencia que existe entre el bien y el mal.


 

[1] Eduardo Galeano; El libro de los abrazos

domingo, 25 de noviembre de 2012

Mi Secreto


MI SECRETO

Por: Luis Esteban Santos Rodríguez

 

Cómo se dice gracias con el corazón, teniendo el corazón tan ocupado en amarte más y más cada días que pasa.

 

Qué se hace con la ansiedad de verte, teniendo en cuenta que cada instante que transcurre en mi vida me deja algún recuerdo tuyo

 

Cómo se puede vivir con un secreto tan hermoso, sintiendo que el secreto se desborda, invade todo mi cuerpo y se siente en el aire que respiro

 

Qué hago ahora contigo, ahora que eres todos mis días con sus noches, mis lunas con sus mariposas, mi secreto con su hermosura, mi ansiedad con tu recuerdo y mi corazón con su melancolía.

 

domingo, 18 de noviembre de 2012

Amigos o Amantes.


Amigos o Amantes.

Amigos por tanto tiempo,
y al revés de otras historias
tú sabes lo que yo siento,
y sé que ahí en tu memoria
no existe el arrepentimiento
por lo nuestro un mes del año.


Sé que juntarme contigo a oscuras
o a la luz del día,
es hundirme en la agonía
de no acallarte con besos,
de no encontrar el camino
para empezar mi regreso.

Sé que no tienes idea de cuántas
veces a solas y con los ojos cerrados,
lentamente y con cuidado,  con amor
te he desnudado;
sé que no sabes, lo entiendo,
porque yo lo he imaginado,
con qué pasión me has besado, 
cómo te has estremecido
cuando mis labios perdidos
sobre tu piel se han quedado.

Amigos por tanto tiempo,
tú conmigo, yo contigo,
listos a cada momento
para asistir al encuentro
del problemas o de la pena
que al otro lo está afligiendo.

Amigos por muchos años y al revés
de otras historias tú sabes
lo que yo siento,
y sé que ahí en tu memoria
no existe el arrepentimiento
por la locura vivida
una noche de verano en que
probé de tu mano,
de tu cuerpo y de tu boca,
la demencia que sofoca
la razón y los sentidos.

Ahora espero que entiendas
de una vez y para siempre,
que si a pesar de mis años tu juventud anhelante
me acepta como a un amigo,
tú alguna vez, en castigo,
me recibas como amante.

sábado, 17 de noviembre de 2012

Me Encanta Dios.


ME ENCANTA DIOS.
Por: Jaime Sabines


Me encanta Dios. Es un viejo magnifico que no se toma en serio. A él le gusta jugar y juega, y a veces se le pasa la mano y nos rompe una pierna o nos aplasta definitivamente, pero esto sucede porque es un poco cegatón y bastante torpe de las manos.

Nos ha enviado algunos tipos excepcionales como Buda, o Cristo, o Mahoma, o mi tía Chofi, para que nos digan que nos portemos bien. Pero esto a él no le preocupa mucho: nos conoce.
Sabe que el pez grande se traga al chico, que la lagartija grande se traga a la pequeña, que el hombre se traga al hombre. Y por eso inventó la muerte; para que la vida -no tu ni yo- la vida, sea para siempre.

Ahora los científicos salen con su teoría del Big Bang… pero ¿que importa si el universo se expande interminablemente o se contrae? Esto es asunto para agencias de viajes.

A mi me encanta Dios. Ha puesto orden en las galaxias y distribuye bien el transito en el camino de las hormigas. Y es tan juguetón y travieso que el otro día descubrí que ha hecho- frente al ataque de los antibióticos-¡bacterias mutantes!

Viejo sabio o niño explorador, cuando deja de jugar con sus soldaditos de plomo y de carne y hueso, hace campos de flores o pinta el cielo de manera increíble.

Mueve una mano y hace el mar, mueve otra y hace el bosque. Y cuando pasa por encima de nosotros, quedan las nubes, pedazos de su aliento.

Dicen que a veces se enfurece y hace terremotos, y manda tormentas, caudales de fuego, vientos desatados, aguas alevosas, castigos y desastres. Pero esto es mentira. Es la tierra que cambia - y se agita y crece- cuando Dios se aleja.

Dios siempre esta de buen humor. Por eso es el preferido de mis padres, el escogido de mis hijos, el más cercano de mis hermanos, la mujer mas amada, el perrito y la pulga, la piedra más antigua, el pétalo más tierno, el aroma más dulce, la noche insondable, el borboteo de luz, el manantial que soy.
A mi me gusta, a mi me encanta Dios.
Que Dios bendiga a Dios.

lunes, 1 de octubre de 2012

Poema Número 20


Poema Número 20

Por: Pablo Neruda

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: " La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro, sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor y es tan largo el olvido.

Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo

viernes, 17 de agosto de 2012

Requiém.


 RÉQUIEM
Por: Luis Esteban Santos Rodríguez

Cuando el día llegue, cuando poco a poco y uno a uno (los que me quieren y los que no) se vayan enterando del hecho, cuando mi cielo se oscurezca o se ilumine para siempre, cuando sea lo que fue mi vida, el motivo que despida una lagrima que luego de rodar por una mejilla caiga al suelo como gota de lluvia que se precipita sobre el asfalto o sobre la acera que hoy cuente historias interminables de enamorados que se pierden en abrazos y besos que hacen olvidar las despedidas a las que mata para siempre el punto final.

Cómo será cuando el último haz de luz brille en mis ojos y los deslumbre para siempre, cuando sepa aquella que me amó que aquel al que ella llamó el último beso en realidad lo fue, cómo será cuando en casa sepan que definitivamente no volveré, cuando aquel que me ordenó callarme se de cuenta de que no volverá a escucharme discutir.

Qué habrá para mi cuando no haya más aire que me nutra, cuando el corazón desista de seguirme haciendo vivir, cuando deje de dolerme todo, cuando no me lastime el pasado, cuando elimine la añoranza de la infancia, cuando desaparezcan eternamente mis necedades y por fin pueda mi cuerpo garantizar que no llorará jamás.

Qué pensarán aquellos que lean lo que estas líneas dicen; lo que yo digo en estas líneas, qué pensarán cuando ya no esté, cuando no les quede más que pronunciar lindas palabras por lo que fui, cuando sientan dolor los que en realidad me quieren y piensen que soy parte del viento y del aire que respiran, qué pensarán las plantas que regué, el piso que tanto tiempo me sostuvo y que en mis caídas jamás permitió que me fuera más allá, a donde el abismo me atraparía.

No estoy listo para ese día; lo confieso, pero sé que llegará y no lo busco, pero cuando ya esté aquí, lo aceptaré como la derrota de perder lo único que tenía o quizá lo agradeceré y disfrutaré como aquel precioso regalo que consigue siempre el que ha llegado a la meta.

Aún no sé cuando será aquel día, pero quisiera que fuera como hoy que no tengo rencor alguno hacia nadie, que valoro igual la tristeza y mis alegres momentos, que aprecio el frío que es amigo del calor y cuando son aliados me tienen como en este instante sumergido en esta tan acogedora y tibia paz, me gustaría sin duda alguna que aquel día en el que se apaguen mis ojos definitivamente, mis amigos sepan que les perdoné las bromas que me hicieron enfadar, el daño que me hicieron cuando se olvidaron de mi; teniéndome cerca, que acepten las disculpas que siempre traté de cargar de sinceridad, que siempre les agradeceré el tiempo y la paciencia que me entregaron cuando mis palabras necesitaban un oído a donde refugiarse.

No estoy listo y tal vez nunca lo estaré, pero me gustaría disfrutarlo como he disfrutado mi dolor, pero no hablo del dolor físico; que siempre pasa, el dolor del alma que nadie ve, que nadie entiende, que involucra todo, que llora por dentro, que llora solo, el que se angustia, que despide adrenalina, el dolor.

Desde luego que me arrepentiré, me arrepentiré de todo eso que no hice, de haberme callado tantas veces el “te quiero” ; al que se le antepuso la cobardía, de haber dejado morir el único amor sincero que vi nacer, de haber dejado ir a todas ellas que contemplaba durante largo tiempo y no era capaz de preguntarle siquiera su nombre aun y cuando mientras las contemplaba les invente historias que nunca tuvieron fin, historias en las que siempre fui yo el que terminé por enamorarlas, les arrancaba de golpe los besos y caricias que creí necesitar, que creí merecer, o por lo menos creí que eran lindos sueños. 

Sé bien que extrañaré la casa, el cuarto, los besos de mamá, las palabras de papá, los juegos de esos locos compañeros míos de infancia; mis hermanos, todo lo que me dio aquella mujer que jamás dejaré de amar, lo que viví debajo del cielo azul de día, oscuro de noche y gris en las tardes de lluvia, a mi otra pasión y los que me conocen saben a lo que me refiero cuando hablo de aquel amor incondicional, paciente, doloroso, orgulloso, amarillo.

Me llevaré lo mejor de todos, sus consejos, sus reproches; que me hacían ser mejor, sus miradas, sus olores, sus pretextos, sus necedades, sus virtudes, sus defectos, sus gestos, sus momentos de vida; que en un momento fueron con mi vida iguales, la suavidad y la aspereza de sus manos, la honestidad de sus abrazos, de algunas; no mucha, la sensibilidad y el roce de sus labios, el calor y la humedad de su cuerpo, todo, lo que viví y sentí, lo que considero mío, me lo llevo.

Y en mis letras; mi refugio, dejo el alma abierta con mis torpes y listas ideas que corren en distintos momentos, con distintas intenciones, hacia diferentes lugares, diferentes personas y que se disfrazan entre angustia, tristeza, dolor, nostalgia, incertidumbre, impaciencia, traición, miedo, amor, felicidad, cariño, hermandad, amistad, lealtad, Dios.

Y sólo por ponerle fin a este laberinto de ideas, quiero decirte adiós y gracias, por soportarme hasta el final, por darte un tiempo y leer o escuchar este pretexto que consideré adecuado para agradecerte.  

miércoles, 18 de julio de 2012

EL OTOÑO DE MI VIDA. Por: Luis Esteban Santos Rodríguez


EL OTOÑO DE MI VIDA
Por: Luis Esteban Santos Rodríguez


Ha comenzado el otoño de mi vida, y bueno, ahora que mi familia me festeja un cumpleaños más he decidido tomarme un tiempo, venir y encerrarme en el estudio, que tantas y tantas veces ha sido mi refugio, lugar en el que sueño y evoco imágenes que cada vez se van haciendo más y más viejas. Ya casi se cumplen cuarenta años de que conocí el verdadero amor, y bueno, aunque me apena un poco decirlo, mi verdadero amor no es la mujer que en dos décadas y media ha sido mi compañera, la madre de mis tres hijos, a la que le debo tanto y tengo tantos días de felicidad que agradecerle. No, desafortunadamente no lo es.



No es nada nuevo lo de hoy, es decir, no me he venido a encerrar porque sí, hoy como otras tantas veces he venido a pensar en el pasado y lo miro como algo dulce que me dejo el corazón destrozado en aquel tiempo, cuando permití que entrara aquel mal viento ladrón y me arrancara del pecho el tesoro que en mi vida fue depositado por Dios, acogido por el mar, lavado muchas veces por el cielo, despertado por el sereno del amanecer, unido eternamente a mi por las mañanas, las tardes y las noches en las que nos entregamos con y sin miedo y pensamos amarnos infinito, luego vino el declive, comenzamos a ser lo que jamás seremos; enemigo uno del otro, entonces fuimos desconfiados, violentos y yo fui torpe, cobarde, ciego, hasta que la vi lejos, intente correr hacia ella pero ella quería que caminara, no lo entendí, y en mi carrera tropecé varias veces con los trozos de amor que ella iba dejando a su paso, las lagrimas en los ojos no me permitían ver que ella ya no iba sola, cuando lo noté entendí que era yo quien había hecho las cosas mal y que cada uno teníamos que cargar con sus culpas, cada uno tenía que ser responsable, pero aun así continué buscando, intentando ser diferente para recuperarla, estoy seguro de que me acerqué, pero estaba ansioso, tenía miedo de un no definitivo y si bien éste nunca llegó es porque tal vez nunca le di oportunidad de llegar.



Me llevo algún tiempo aceptar pero acepte sus palabras como razones, era así entonces como luego de siete magníficos años tendría yo que caminar sólo y lloré, lloré mucho porque entendí que había perdido de verdad lo que más amaba y sé que no fue él quien me la quito, fui yo el que no supo retenerla, la ahuyenté, exageré en la seguridad de tenerla, la creí incondicional, mía eternamente y me faltó tacto para averiguar sus dolores, sus pesares, sus miedos; dentro de los que me incluyo, me perdió la confianza, pero estoy seguro de que hoy, después de que han pasado treinta años, no ha pasado un día sin pensar en mi, por un olor, por una risa, por un suspiro, por una caricia, por una gota de lluvia, por un susurro del viento en su oído, y sé que deseó y desea aún luego de más de tres décadas que sea mi voz la que se escucha del otro lado del auricular.



Fue un largo proceso aquel, el de olvidar o más bien era recordar sin dolor, perdonar, ocupar el tiempo en otras personas, en otros asuntos, tratar de conciliar el sueño y dormir más de cuatro horas.



Hasta que por fin deje que entrara ella, que con detalles, apapachos y esa belleza irradiante que a cada día venía a deslumbrarme, me hizo sentir confiado y seguro, me tendió su mano y abrió el corazón para mí sin esperar nada a cambio y yo le entregue honestidad, dignidad y mucho cariño, jamás he llegado a amarla como ella lo merece, pero lo he intentado y me preocupo por ella y por los bebés que ya son grandes, he tratado cada día de entregar lo mejor, de ser un padre ejemplar, de ser un excelente marido y... no se, quizá hasta he sido un ejemplo para otros hombres.



Fue en su cumpleaños numero veintitrés el día que decidí dejar de verla, acababan de pasar los días santos y sin avisarle nada me separé sin saber que era para siempre de su vida.



Luego, unos siete u ocho años después la vi en el aeropuerto; ella cargaba una niña, seguía siendo hermosa como cuando la conocí, sus ojos seguían brillando como siempre y aún hoy cuando evoco su imagen puedo percibir ese brillo deslumbrante de las dos hermosas estrellas que iluminaban su rostro, ella no me vio o por lo menos eso creo, pero esa fue la última vez que la vi.



Es muy fácil para un hombre abandonarse; yo estuve a punto de hacerlo, pero lo que no es fácil es luchar por uno mismo, tal vez yo no lo hubiera logrado sólo, sin la ayuda de ella; mi esposa, acompañante fiel, amiga incondicional y responsable de hacer que yo esté en pleno otoño de mi vida.

viernes, 18 de mayo de 2012

MUERTE Por: Carlos Fuentes


MUERTE Por: Carlos Fuentes

Cuando se trata de acompañar a la muerte, ¿cuál es el tiempo válido para la vida?

Freud nos advierte que lo que no tiene vida existió con anterioridad a lo vivo. El fin de toda vida es la muerte, una reina todopoderosa que nos precedió y seguirá aquí cuando desaparezcamos. ¿Nos anunció antes de ser? ¿Nos recordará después de haber sido? O más bien, la nada que nos precedió y que nos seguirá, ¿sólo se vuelve consciente en tanto naturaleza, no en tanto nada, gracias a nuestro paso por la vida? La muerte espera al más valiente, al más rico, al más bello. Pero los iguala al más cobarde, al más pobre, al más feo, no en el simple hecho de morir, ni siquiera en la conciencia de la muerte, sino en la ignorancia de la muerte. Sabemos que un día vendrá, pero nunca sabemos lo que es. La esperamos con grados diferentes de aceptación, de furia, de tristeza, de cuestionamiento, de arrepentimiento, de eso que Xavier Villaurrutia llamaba nostalgia de la muerte. Hacemos el balance de nuestra vida, pero sabemos que el verdadero fiscal es la muerte y que su veredicto lo conocemos de antemano.



Compañera final e inevitable. Pero, ¿amiga o enemiga? Enemiga y, más que enemiga, rival, cuando nos arrebata a un ser amado. Qué injusta, qué maldita, qué cabrona es la muerte que no nos mata a nosotros, sino a los que amamos. Sin embargo, esa muerte enemiga es la que podemos vencer. A veces, en mis caminatas diarias por el Viejo Cementerio de Brompton en Londres, paso frente a un vasto terreno de cruces blancas. Contrastan con la elaboración suntuaria de la mayoría de los túmulos funerarios del camposanto. Son las sencillas cruces blancas de muchachos muertos en la Primera Guerra Mundial. Leo sobrecogido las fechas de nacimiento y muerte. No he encontrado allí a un solo joven que haya rebasado los treinta años de edad. La muerte de un joven es la injusticia misma. En rebelión contra semejante crueldad, aprendemos por lo menos tres cosas. La primera es que al morir un joven, ya nada nos separa de la muerte.



La segunda es saber que hay jóvenes que mueren para ser amados más. Y la tercera, que el muerto joven al que amamos está vivo porque el amor que nos unió sigue vivo en mi vida. ¿Son éstas, apenas, consolaciones? ¿Son triunfos sobre la muerte? ¿O, por el contrario, engrandecen su poder? La muerte nos dice: Te engañas, lo que fue ya no es. Le respondemos: Te engañamos, lo que fue no sólo sigue siendo, sino que es más que nunca. La muerte se ríe de nosotros. Nos desafía a pensar, no en la muerte del otro, sino en la propia desaparición. Nos reta a creer que la memoria de los que sobreviven será nuestra única vida más allá de la muerte. Y aunque así sea, no lo sabremos nunca.



Lo cierto es que los guardianes de la memoria irán desapareciendo también, con la falsa esperanza de que siempre habrá un testigo vivo que los recuerde. La muerte se burla de nosotros: ¿Recordamos a nuestros muertos más allá de la cuarta o quinta generación que nos precede? ¿Hay suficientes leyendas de familia, retratos de los ancestros, hechos memorables, que salven del olvido mortal a la inmensa legión de los antepasados? Después de todo, hay treinta fantasmas detrás de cada individuo.



Si muy pocos pueden rememorar en su genealogía a un héroe o a un genio, todos podemos acercarnos al gran acervo verbal de la muerte por vía de la palabra poética.



Nadie, para mí, se acerca más a mi propio sentimiento mortal que uno de los dos más grandes poetas del Siglo de Oro español (el otro es Góngora), Francisco de Quevedo. Evidencia de la muerte: «¡Cómo de entre mis manos te resbalas! ¡Oh, cómo te deslizas, edad mía!... ¡Oh condición mortal, oh dura suerte! / ¡Que no puedo querer vivir mañana / sin la pensión de procurar mi muerte!» Pero evidencia, también, del amor constante más allá de la muerte: «Alma a quien todo un dios prisión ha sido... / su cuerpo dejará, no su cuidado; / serán ceniza, mas tendrá sentido; / polvo serán, mas polvo enamorado.» John Donne le da otro giro a la muerte temprana. La joven mujer tenía quince años, dice la Elegía, y el destino no le abrió las puertas del porvenir. Se llevó la libertad de su propia muerte, pero convirtió a cada sobreviviente en su delegado a fin de cumplir el destino que pudo ser el de ella. Victoria, así, sobre la muerte: «For since death will proceed to triumph still, / He can find nothing, after her, to kill.» Ésta es la muerte que nos pertenece a todos. La muerte compartida de la palabra que vence a la muerte. Permanece, sin embargo, el hecho de que, precedidos, o sucedidos, olvidados o recordados, morimos solos y, radicalmente, morimos para nosotros solos. Quizás no morimos del todo para el pasado, pero ciertamente, morimos para el futuro. Quizás seamos recordados, pero nosotros mismos ya no recordaremos. Quizás muramos sabiendo todas las cosas del mundo, pero de ahora en adelante, nosotros mismos seremos cosa. Vimos y fuimos vistos por el mundo. Ahora el mundo seguirá siendo visto, pero nosotros nos habremos vuelto invisibles. Puntuales o impuntuales, vivimos de acuerdo con los horarios de la vida. Pero la muerte es el tiempo sin horas. ¿Tendré más gloria que la de imaginar que mi muerte es singular, sólo para mí, butaca preferente en el gran teatro de la eternidad? Hay quienes esperan que la muerte los libere de su propia memoria. Muchos suicidas. Hay quienes lamentarán toda la vida (la que les resta) no haber prestado atención, no haber tendido la mano o escuchado a la persona que se fue para siempre. Hay el silencio del amor viril que debe esperar hasta la muerte para manifestarse, diciéndole al muerto lo que jamás, por pudor, le dijimos al vivo. Tejido de pesares y arrepentimientos que son como la segunda mortaja del muerto. Y éste, ¿habrá ejercido el derecho de llevarse un secreto a la tumba? ¿No es éste uno de los grandes derechos de la vida: saber que sabemos algo que jamás diremos? No queremos, por más negaciones y fatalidades que se acumulen sobre nuestras cabezas, por más testimonios y certezas de lo imposible que nos presente la fiscalía de la muerte, renunciar a la convicción de que la muerte no es la nada, es algo, es valiosa, aunque ella misma nos diga lo contrario. Creemos que la muerte de hoy dará presencia a la vida de ayer. Con Pascal repetimos: «Nunca digas “lo he perdido”. Mejor di: “lo he devuelto”.» Piensa que es cierto. Hay quienes mueren para ser amados más. Piensa que el muerto amado vive porque el amor que nos unió está vivo en mi vida. Piensa que sólo lo que no quiere sobrevivir a todo precio tiene la oportunidad de vivir realmente. Querer sobrevivir a todo precio es la maldición del vampiro que nos habita.



Es, también, la oportunidad erótica. En Cumbres borrascosas, Cathy y Heathcliff están unidos por una pasión que se reconoce destinada a la muerte. La sombría grandeza de Heathcliff está en que sabe que todos sus actos sociales, la venganza, el dinero, la humillación de quienes lo humillaron, el tiempo de la infancia compartido con Cathy, no regresarán. Cathy también lo sabe y por ello, porque «yo soy Heathcliff», se adelanta a la única semejanza con la tierra perdida del amor original: la tierra de la muerte. Cathy muere para decirle a Heathcliff, la muerte es nuestro hogar verdadero, reúnete aquí conmigo. La muerte es el reino verdadero de Eros, donde la imaginación erótica suple las ausencias físicas, sobre toda la separación radical que es la muerte.



La muerte, dice Georges Bataille en su maravilloso ensayo sobre Cumbres borrascosas, es el origen disfrazado. Puesto que el regreso al tiempo original del amor es imposible, la pasión de los amantes sólo puede consumarse en el tiempo eterno e inmóvil de la muerte. La muerte es un instante sin fin. ¿Por qué? Porque la muerte, radicalmente, ha renunciado al cálculo del interés. Nadie, muerto, puede decir «esto me conviene o no me conviene», «gano o pierdo», «subo o bajo». Éste es, en Pedro Páramo de Juan Rulfo, el triunfo final del novelista sobre su propio personaje cruel, calculador y, a diferencia de Heathcliff, anclado en la inmortalidad de un amor no correspondido hacia Susana San Juan. A cambio de esta derrota, Rulfo nos introduce, junto con todo un pueblo —Cómala—, a nuestra propia muerte. Gracias al novelista, hemos estado presentes en nuestra muerte. Estamos mejor preparados para entender que no existe la dualidad vida y muerte o la opción vida o muerte, sino que la muerte es parte de la vida, todo es vida. Imaginemos entonces que cada niño que nace cada minuto reencarna a cada una de las personas que mueren cada minuto. No es posible saber a quién reencarnamos porque nunca hay testigos actuales que reconozcan al ser reencarnado.



Pero si hubiese un solo testigo capaz de reconocerme como el otro que fui, ¿entonces, qué? Me detiene en una calle... antes de descender de un auto o de entrar a un restorán... me toma del brazo... me obliga a participar de una vida pasada que fue la mía. Es un sobreviviente: el único capaz de saber que yo soy una reencarnación. El único capaz de decirme: —Una vida no basta. Se necesitan múltiples existencias para integrar una personalidad.



Pero si no basta una vida para cumplir todas las promesas de nuestra personalidad truncada por la muerte, ¿corremos el peligro de irnos al extremo opuesto y creer que todo es espíritu y nada materia? Eterno aquél, perecedera ésta. ¿O es que nada muere por completo, ni el espíritu ni la materia? ¿Son similares sus desarrollos? Sabemos que los pensamientos se transmiten, más allá de la muerte. ¿Pueden transmitirse, también, los cuerpos?



Las ideas nunca se realizan por completo. A veces se retraen, invernan como algunas bestias, esperan el momento oportuno para reaparecer. El pensamiento no muere. Sólo mide su tiempo. La idea que parecía muerta en un tiempo reaparece en otro.



El espíritu no muere. Se traslada. Se duplica. A veces suple, e incluso, suplica. Desaparece, se le cree muerto. Reaparece. En verdad, el espíritu se está anunciando en cada palabra que pronunciamos. No hay palabra que no esté cargada de olvidos y memorias, teñida de ilusiones y fracasos. Y sin embargo, no hay palabra que no venza a la muerte porque no hay palabra que no sea portadora de una inminente renovación. La palabra lucha contra la muerte porque es inseparable de la muerte, la hurta, la anuncia, la hereda... No hay palabra que no sea portadora de una inminente resurrección. Cada palabra que decimos anuncia, simultáneamente, otra palabra que desconocemos porque la olvidamos y una palabra que desconocemos porque la deseamos. Lo mismo sucede con los cuerpos, que son materia. Toda materia contiene el aura de lo que antes fue y el aura de lo que será cuando desaparezca. Vivimos por eso una época que es la nuestra, pero somos espectro de otra época pasada y el anuncio de una época por venir. No nos desprendamos de estas promesas de la muerte.


domingo, 11 de marzo de 2012


Teología /1

Por: Eduardo Galeano

El catecismo me enseñó, en la infancia, a hacer el bien por conveniencia y a no hacer el mal por miedo. Dios me ofrecía castigos y recompensas, me amenazaba con el infierno y me prometía el cielo: y yo prometía y creía.

Han pasado los años. Yo ya no temo ni creo. Y en todo caso, pienso, si merezco ser asado a la parrilla, a eterno fuego lento, que así sea. Así me salvaré del purgatorio, que estará lleno de horribles turistas de clase media; y al fin y al cabo se hará justicia. Sinceramente: merecer, merezco. Nunca he matado a nadie, es verdad, pero ha sido por falta de coraje o de tiempo, y no por falta de ganas. No voy a misa los domingos, ni en fiestas de guardar. He codiciado a casi todas las mujeres de mis prójimos, salvo a las feas, y por tanto he violado, al menos en intención, la propiedad privada que Dios en persona sacralizó en las tablas de Moisés: No codiciarás a la mujer de tu prójimo, ni a su toro, ni a su asno. Y por si fuera poco, con premeditación y alevosía he cometido el acto del amor sin el noble propósito de reproducir la mano de obra. Yo bien sé que el pecado carnal está mal visto en el alto cielo; pero sospecho que Dios condena lo que ignora.


Teología /2

El Dios de los cristianos, Dios de mi infancia, no hace el amor. Quizás, es el único dios que nunca ha hecho el amor, entre todos los dioses de todas las religiones de la historia humana. Cada vez que lo pienso siento pena por él. Y entonces le perdono que haya sido mi súper papá castigador, jefe de policía del universo, y pienso que al fin y al cabo, Dios también supo ser mi amigo en aquellos viejos tiempos, cuando yo creía en él y creía que el creía en mi. Entonces paro la oreja, a la hora de los rumores mágicos, entre la caída del sol y la caída de la noche, y me parece escuchar sus melancólicas confidencias.

 Teología /3

Fe de erratas: donde el antiguo testamento dice lo que dice, debe decir lo que quizá me ha confesado su principal protagonista:

 Lástima que Adán fuera tan bruto. Lástima que Eva fuera tan sorda. Y lástima que yo no supe hacerme entender. Adán y Eva eran los primeros seres humanos que de mi mano nacían, y reconozco que tenían ciertos defectos de estructura, armado y terminación. Ellos no estaban preparados para escuchar, ni para pensar. Y yo. Bueno, quizá yo no estaba preparado parta hablar. Antes de Adán y Eva, nunca había hablado con nadie. Yo había pronunciado bellas frases, como. Hágase la luz, pero siempre en soledad. Así que aquella tarde, cuando me encontré con Adán y Eva a la hora de la brisa, no fui muy elocuente. Me faltaba práctica.

 Lo primero que sentí fue asombro. Ellos acababan de robar la fruta del árbol prohibido, en el centro del paraíso. Adán había puesto cara de general que viene de entregar la espada y Eva miraba al suelo, como contando hormigas. Pero los dos estaban increíblemente jóvenes y bellos y radiantes. Me sorprendieron. Yo los había hecho: pero no sabía que el barro podía ser luminoso. Después, lo reconozco, sentí envidia. Como nadie puede darme órdenes, ignoro la dignidad de la desobediencia. Tampoco puedo conocer la osadía del amor, que exige dos. En homenaje al principio de autoridad, me aguanté las ganas de felicitarlos por haberse hecho súbitamente sabios en pasiones humanas.

Entonces, vinieron los equívocos. Ellos entendieron caída donde yo hablé de vuelo. Creyeron que un pecado merece castigo si es original. Dije que peca quien desama: entendieron que peca quien ama.


Donde anuncié pradera de fiesta, ellos entendieron valle de lágrimas. Dije que el dolor era la sal que daba gustito a la aventura humana: entendieron que los estaba condenando al otorgarle la gloria de ser mortales y loquitos. Entendieron todo al revés. Y se lo creyeron.

Últimamente ando con problemas de insomnio. Desde hace algunos milenios, me cuesta dormir. Y dormir me gusta, me gusta mucho, porque cuando duermo, sueño. Entonces me hago amante o amanta, me quemo en el fuego fugaz de los amores de paso, soy cómico de la legua, pescador de alta mar o gitana adivinadora de la suerte: del árbol prohibido devoro hasta las hojas y bebo y bailo hasta rodar por los sueños.


Cuando despierto, estoy solo. No tengo con quien jugar, porque los ángeles me toman tan en serio, ni tengo a quien desear. Estoy condenado a desearme a mí mismo. De estrella en estrella ando vagando, aburriéndome en el universo vacío. Me siento muy cansado, me siento muy solo.

 Yo estoy solo, yo soy solo, solo por toda eternidad.