Una Tregua. Por: Luis Esteban Santos Rodríguez
Hace ya algunos días que me viene zumbando en la cabeza una idea, que como mosquito molesto me viene a despertar a media noche, me levanta en la mañana con el afán de que le haga caso, lucho un poco y la ignoro durante el día, pero zumba y zumba, y a veces me detiene en medio de algo y me atrapa igual que ahora y es por esa idea que me decidí a plantear una tregua; como ya antes lo había hecho, en una situación muy parecida pero menos contundente, quizá en una situación más superficial o menos meditada que ésta vez.
El catecismo me enseñó, en la infancia, a hacer el bien por conveniencia y a no hacer el mal por miedo. Dios me ofrecía castigos y recompensas, me amenazaba con el infierno y me prometía el cielo: y yo prometía y creía. (Eduardo Galeano, Teología 1) Es precisamente ésta imagen de Dios la que me hizo buscar respuestas a éste torrente de ideas que venían a mi con respecto de Dios y de dios; así, con mayúsculas y minúsculas, en el ser todo poderoso al que le debemos totalmente la existencia y a la frase o farsa común y corriente que nos venden los mercachifles.
Debo confesar que no soy especialista en religiones ni en algún credo específico, ni en teología, ni en moral y cuando hago alusión a Dios me refiero a la imagen que tanto mis padres como casi toda la gente mayor a mi me han inculcado, recuerdo que cuando niño, en medio de mis pesadillas y mis tormentos nocturnos, en mi insomnio infantil, acudía a ese Dios para que me librara de mis terrores, de mis miedos, igual que en los momentos de más apremio y tan determinantes en la vida de un niño de siete u ocho años, como pueden ser las evaluaciones de la escuela primaria, para que el castigo o el regaño de mi mamá o mi abuela no fuera tan duro por romper algo con la pelota, ahora, unos veinte años después, me duermo sin pensar en Dios como algo que me libre de mis pesadillas o acudo a algún libro para batallar contra el insomnio; me he alejado de Dios.
Me he alejado de Dios y reconozco que dudo de su existencia, que cuando Nietzsche dice que el hombre no proviene del espíritu ni de la divinidad y que nuevamente se ha colocado entre los animales y que es el más fuerte porque es el más astuto, y que es el más grande designio de la evolución animal; me convence. Al igual que cuando señala que la historia de la humanidad tuvo que ser modificada para que el cristianismo tuviera validez, entonces el antiguo testamento fue un prologo muy extenso pero suficiente para substituir definitivamente la evolución del hombre animal, es entonces cuando nos presenta al superhombre, como resultado de la evolución de la especie humana, el superhombre que ya no necesita de Dios, el superhombre que ha salido adelante aun a pesar de Dios.
Por otro lado, también me convence Jaime Sabines con su romanticismo, con la idea romántica del Dios viejo, del Dios amoroso, del Dios conocedor de la vida y de los hombres, del Dios activo, del Dios encantador, que cada nuevo día nos regala una maravilla o nos derrumba con una catástrofe, pero siempre con todo cariño y siempre reinventándose a sí mismo.
Al igual que Sabines, Eduardo Galeano me convence con la imagen de un Dios más meditabundo, más mundano que intenta justificar el accionar del hombre en las propias debilidades de Dios al momento de la creación; es un Dios más tangible.
Reconozco que la vida acompañada de una imagen suprema: digo por cualquier deidad positiva, es una vida más estable, me atrevería a pensar; más feliz, con una concepción de la felicidad como algo venido de hacer lo correcto de acuerdo con algún lineamiento superior a nuestro conocimiento, incluso para la aniquiladora idea de la muerte, siempre resulta reconfortante imaginar que después del último aliento hay una vida de dicha en el infinito.
Ahora que han pasado los años y que desde hace ya un buen tiempo he vivido sin la idea generalizada de Dios, debo confesar que no me ha ido mal, que muy probablemente sea fácil vivir sin el tormento de que por cada acto mal visto a la moral le sobrevenga un castigo divino o nos aguarde el tenebroso infierno a perpetuidad, mas no por eso hago lo que se me da la gana y lo justifico pensando que no lo hago por el amor que siento por la vida y por la humanidad.
En realidad no es así, realmente lo hago por el cariño que siento por Dios, por ése Dios que me inculcaron mi papás y que se fraguo en mi infancia como el súper papá del mundo, ése papá que todo puede y que todavía me salva en mis terrores emocionales, pero ya no es el miedo al infierno o al castigo venido de Dios, es el no defraudar a alguien en quien yo creo y pienso que también cree en mi.
Es por eso que propongo una tregua, una tregua que confronte al hombre con el hombre pero con el único afán de hacer perdurar la vida en el mundo; en todas sus presentaciones. Propongo una tregua con Dios, sin importar la idea que tengamos de él, ni el credo que profesemos, propongo una tregua con los valores, con la vida, con los animales, con las plantas y los árboles, con los colores de la piel, con los distintos idiomas y lenguas en el mundo, con el pensamiento de los demás, propongo una tregua duradera, no sin crítica, no sin lucha, pero sí con la convicción de que nuestra tregua nos dará la posibilidad de llevar una vida más plena.