miércoles, 29 de febrero de 2012

Pasatiempo


Pasatiempo

Por: Mario Benedetti



Cuando éramos niños

los viejos tenían como treinta

un charco era un océano

la muerte lisa y llana

no existía.



Luego cuando muchachos

los viejos eran gente de cuarenta

un estanque un océano

la muerte solamente

una palabra.



Ya cuando nos casamos

los ancianos estaban en cincuenta

un lago era un océano

la muerte era la muerte

de los otros.



Ahora veteranos

ya le dimos alcance a la verdad

el océano es por fin el océano

pero la muerte empieza a ser

la nuestra.

Farewell.


Farewell.

Por: Pablo Neruda.



Desde el fondo de ti, y arrodillado,
un niño triste, como yo, nos mira.
Por esa vida que arderá en sus venas
tendrían que amarrarse nuestras vidas.
Por esas manos, hijas de tus manos,
tendrían que matar las manos mías.
Por sus ojos abiertos en la tierra
veré en los tuyos lágrimas un día.

Yo no lo quiero, Amada.
Para que nada nos amarre
que no nos una nada.
Ni la palabra que aromó tu boca,
ni lo que no dijeron las palabras.
Ni la fiesta de amor que no tuvimos,
ni tus sollozos junto a la ventana.

Amo el amor de los marineros
que besan y se van.
Dejan una promesa.
No vuelven nunca más.
En cada puerto una mujer espera:
los marineros besan y se van.
Una noche se acuestan con la muerte
en el lecho del mar.

Amo el amor que se reparte
en besos, lecho y pan.
Amor que puede ser eterno
y puede ser fugaz.
Amor que quiere libertarse
para volver a amar.
Amor divinizado que se acerca
Amor divinizado que se va.

Ya no se encantarán mis ojos en tus ojos,
ya no se endulzará junto a ti mi dolor.
Pero hacia donde vaya llevaré tu mirada
y hacia donde camines llevarás mi dolor.
Fui tuyo, fuiste mía. ¿Qué más? Juntos hicimos
un recodo en la ruta donde el amor pasó.
Fui tuyo, fuiste mía. Tu serás del que te ame,
del que corte en tu huerto lo que he sembrado yo.
Yo me voy. Estoy triste: pero siempre estoy triste.
Vengo desde tus brazos. No sé hacia dónde voy.
Desde tu corazón me dice adiós un niño.
Y yo le digo adiós.


sábado, 11 de febrero de 2012

Están Ladrando Los Perros.


Están Ladrando Los Perros. Por: Luis Esteban Santos Rodríguez



Se rompe el silencio de la noche con los ladridos de los perros que cada noche hacen jauría a uno cuantos pasos de la casa de ella. Ella espera ansiosa y su corazón palpita como loco cuando escucha a los perros, se moja los labios y se truena los dedos, la espera la ha puesto vehemente. En esa noche ella brilla más que la luna, se ha puesto por tercera ocasión el par de zapatillas negras que compró seis meses atrás, el vestido negro con crema cae sobre su cuerpo perfecto de aroma vainilla del perfume que compró tres días antes, su cabello rizado y rojizo va de un lado a otro sobre sus hombros, en la muñeca de la mano derecha carga la esclava que justamente en éste día hará tres semanas de que él se la dio.



Se escuchan tres golpes en la puerta que acompañan los ladridos de los perros; como potro desbocado late el corazón de los dos, él espera unos instantes afuera de la casa, atento a cada uno de los movimientos de los perros, ella camina hacia la puerta con relajada paciencia, tratando de que la emoción se desvanezca, pero al contrario de su propósito, el corazón acelera su ritmo al tiempo en que ella extiende la mano para abrir la puerta, y la abre, el ruido insoportable de la jauría de perros que hasta la puerta llegaron para seguir ladrándole a él, es un ruido ensordecedor que hace que él dé dos pasos presurosos hacia el interior, al tiempo en que ella cierra la puerta para quedar solos.



Ya dentro, él la mira y cae en la cuenta de que la espera terminó, por fin está frente a ella como lo imaginó durante todo el día. Se saludan. -Hola,- dicen ambos al mismo tiempo en que se abrazan. Ella lo invita a sentarse y enseguida le ofrece un café. Él camina hacia el sofá y acepta la invitación.



 Así comenzó la noche para ellos, una, dos, tres tazas de café que acompañaban la charla llena de trivialidades y arrumacos cursis que acababan de endulzar el café.



Después, él la mira nuevamente, la toma de la mano, sin hablar la acaricia, primero en la mano, después en la mejilla  y aproxima su rostro lentamente al de ella, la respira, inhala suavemente como queriendo que jamás lo abandone la esencia, recorre todo el perfil de aquel rostro que permanece inmóvil y con los ojos cerrados. Coloca un beso en la mejilla, luego busca la boca hasta quedar por fin juntos labio con labio. Ella pone las manos sobre los hombros de él y él desliza las manos desde el rostro hasta la cadera de ella.



Así, entre besos y caricias pasan, uno, dos, tres minutos y ella se separa, lo toma de la mano y lo conduce por un pasillo de unos tres metros de largo, hasta llegar a una habitación. En el umbral del cuarto ella toma la iniciativa y se abalanza hacia sus labios, él recibe el beso, lo responde, luego baja al cuello, dan cuatro, cinco, seis pasos y se colocan al pie de la cama, se entregan, en ese momento para ambos ya no existe nada, ni calle, ni perros, ni ruidos, ni nervios, ya solo son ellos en la habitación que en ese instante es el universo y que ellos son la única vida que hay sobre la faz de la cama que para ellos es la tierra y se precipitan entre besos, caricias y abrazos uno contra el otro, primero con ropa, luego sin ella, sus cuerpos desnudos se aman, se entregan, acaban con el momento precioso y le sucede la vulgaridad.



Consumado el acto, quedan ambos callados en la habitación oscura; ya es la madrugada del nuevo día. Con un suspiro de cansancio se rompe el silencio, es él el que se incorpora y busca la ropa. ­­­-Me voy-. Dice con la voz firme. -¿Volverás mañana?- Pregunta la mujer que permanece inmóvil sobre la cama. Él no responde sino hasta después de un lapso de tiempo. -No lo se, ya empieza a sospechar.-  Señala mientras se abotona la camisa. -Está bien.- Dice la mujer mientras se levanta, -pero vale más que te apresures, porque otra vez están ladrando los perros.-

martes, 7 de febrero de 2012

La Mariposa


LA MARIPOSA
Por: Luis Esteban Santos Rodríguez



Continúa el caminante andando, ya con pasos más lentos que los que daba al principio de su andar, cuando salió hace un día y medio de Tilantongo; encontró una vereda y la siguió, quería llegar allá a donde todo es posible, a donde no es necesario haber nacido ave para poder volar, pero ahora todo en su cuerpo le reclama, la cabeza se siente un poco más reconfortada porque ya hace unos dos kilómetros entró a ésta parte boscosa en la que los árboles lo han acogido con sus frescas sombras y le ha saciado la sed aquel noble riachuelo de agua clara y limpia que lo ha librado de morir de extenuación, pero las piernas ya no pueden más, los pies los siente a punto de estallar.



 A lo lejos a unos treinta metros hay una piedra en forma de plancha, él sabe que ése podría ser su trono y se decide a ir en busca de él. La piedra no pone resistencia, ni intente huir, ha sido capturada por un nuevo caminante que vestido de manta blanca se posa sobre de ella y deja que transcurra el tiempo, mientras escucha cantar al viento sus amores con las ramas de los árboles que se estremecen a cada nota débil o fuerte que sopla.



El caminante desde hace un buen rato dejo de serlo, para convertirse en un espectador más de la naturaleza del bosque, al que no ha importado que un extraño esté ahí y sigue cantando su amor a la vida. Conmovido por lo que estaba viviendo en ése momento, él, toma una rama pequeña y juega con ella, en el suelo traza con uno de los extremos de la rama algunas figuras, entre ellas, una casa, una puerta y un árbol, luego marca el contorno de sus pies descalzos y los levanta para ver que en realidad son sus huellas, pero que no son igual a las otras que vino dejando en el camino, la diferencia es que éstas no están cansadas, y se alegra, y recuerda la razón por la que salió de Tilantongo, y la sonrisa se le borra, y da paso a la nostalgia de sentirse solo día y medio.



Justo un instante antes de soltar el llanto que le ha venido a remover la soledad, una mariposa amarilla con manchas negras en las alas se posa sobre su hombro derecho, él vuelve la cara lentamente para no ahuyentarla y trata de mirarla con el rabillo del ojo, entonces nota que la mariposa ésta moviendo también su pequeñísima cabeza para buscar el rostro de él, entonces, sus miradas coinciden y el corazón de él da un sobresalto, porque se ha preacatado de que la mariposa también tiene rostro, pero no es rostro de mariposa sino de persona y por si fuera poco es un rostro familiar, pero ¿ de quién ? se pregunta sin hablar y comienza a buscar en sus recuerdos, entonces descubre que el rostro de la mariposa es idéntico a su cara, sí, la mariposa tiene el rostro idéntico al de él, gira nuevamente la cabeza y nota que sobre el hombro derecho ya no hay nada y enseguida comienza a sentir un ligero golpeteo insistente como de pétalos de rosas en el lóbulo de la oreja izquierda, es la mariposa que se ha sentido segura y con la confianza de poder jugar con el hombre.



Él la contempla y nuevamente sus miradas coinciden, la mariposa se refleja en los ojos del hombre y se dan cuenta de que sus rostros son idénticos, el hombre al notar que han coincidido las miradas le sonríe, la mariposa queda volando justo a la altura de los ojos de él  que permanece sentado sobre la piedra, pero ella no responde a la sonrisa, entonces el hombre piensa que tal ves ella no puede sonreír. La mariposa no deja de aletear y comienza a tomar altura, pero las miradas no han dejado de estar al mismo nivel.



Como hipnotizado él se ha perdido en la mirada de ella y no ha notado que ya se encuentra a más de diez metros por encima de la piedra, luego parpadea y lo nota, sí, está flotando por encima de los árboles también y se siente libre, emocionado, satisfecho porque piensa que por fin ha llegado al sitio que imaginó y no siente miedo de caer porque ella no lo ha dejado un sólo instante. Pero como nunca nada es para siempre, comienza el descenso, otra vez hacia la tierra. La mariposa no le quita la mirada de encima sino hasta haberlo dejado sentado  sobre la piedra a donde comenzó la aventura.

Emocionado por la experiencia que de verdad ha sido única en su vida, él, extiende el dedo índice de la mano derecha e invita a la mariposa a confiar en él, ella no duda y se posa sobre el dedo que tiembla de emoción. Luego, mariposa y hombre comprenden que ha llegado el momento de despedirse, él intenta agradecerle pero no sale una sola palabra de su boca, la emoción le comió todas, entonces ella concentró su mirada en la de él y su pequeño rostro brillo con una sonrisa indescriptible, con una sonrisa única, con una sonrisa... de mariposa.



Y quizá ella es la única mariposa que alguna vez ha sonreído, y quizá él es el único caminante que alguna vez ha volado.         










































sábado, 4 de febrero de 2012

Gracias Por El Fuego


Gracias por el Fuego. Por: Luis Esteban Santos Rodriguez


Llena de cotidianidad y ampliamente descriptiva no sólo de la sociedad uruguaya sino latinoamericana, Gracias Por el Fuego es una novela que nos relata la vida de Ramón Budiño, hijo de uno de los más influyentes personajes del Uruguay de la década de los 60´s (década fundamental para los acontecimientos sociales que actualmente atañen al mundo).

Si bien ésta novela fue escrita apenas iniciada la segunda mitad del siglo pasado, es de reconocer que continúa siendo vigente en cuanto a su descripción del pensamiento social en los pueblos Latinoamericanos, muestra una sociedad inconforme con lo que tiene y totalmente indiferente a las acciones de los distintos órganos de poder que tienen sumergida a la sociedad en un marasmo interminable y en un letargo conveniente y sistematizado.

En quince capítulos Mario Benedetti nos puede convencer de que cualquiera de los personajes que participan de la trama podría ser nuestro vecino, un familiar o nosotros mismos dada la fabulosa narrativa y cotidianidad, además del esplendido carácter con que cuenta la historia que esta cargada de la intensidad necesaria para mantener al lector cautivo de la primara a la última pagina.

En poco más de trescientas paginas Benedetti nos lleva a comprender el amor reprimido que existe de madres a hijos, el hastío ocasionado por la monotonía del matrimonio, la codicia y la ambición de poder, el deseo prohibido y sin embargo al alcance de la mano, el odio que viene nacido del amor, la incertidumbre que genera la certeza; es decir conocer la verdad y no saber que hacer con ella y como colofón nos lleva de la determinación de querer se asesino para cambiar el mundo, a la cobardía de terminar agobiado por la verdad y siendo suicida.

Gracias por el Fuego es más que una historia bien contada, más que una novela que justamente fue llevada al cine, es una lección de vida.

Es por eso que después de leer Gracias por el Fuego no queda más que decir Gracias por todo Mario Benedetti.

Mi Tregua

Una Tregua. Por: Luis Esteban Santos Rodríguez

Hace ya algunos días que me viene zumbando en la cabeza una idea, que como mosquito molesto me viene a despertar a media noche, me levanta en la mañana con el afán de que le haga caso, lucho un poco y la ignoro durante el día, pero zumba y zumba, y a veces me detiene en medio de algo y me atrapa igual que ahora y es por esa idea que me decidí a plantear una  tregua; como ya antes lo había hecho, en una situación muy parecida pero menos contundente, quizá en una situación más superficial o menos meditada que ésta vez.

El catecismo me enseñó, en la infancia, a hacer el bien por conveniencia y a no hacer el mal por miedo. Dios me ofrecía castigos y recompensas, me amenazaba con el infierno y me prometía el cielo: y yo prometía y creía. (Eduardo Galeano, Teología 1) Es precisamente ésta imagen de Dios la que me hizo buscar respuestas a éste torrente de ideas que venían a mi con respecto de Dios y de dios; así, con mayúsculas y minúsculas, en el ser todo poderoso al que le debemos totalmente la existencia y a la frase o farsa común y corriente que nos venden los mercachifles.



Debo confesar que no soy especialista en religiones ni en algún credo  específico, ni en teología, ni en moral y cuando hago alusión a Dios me refiero a la imagen que tanto mis padres como casi toda la gente mayor a mi me han inculcado, recuerdo que cuando niño, en medio de mis pesadillas y mis tormentos nocturnos, en mi insomnio infantil, acudía a ese Dios para que me librara de mis terrores, de mis miedos, igual que en los momentos de más apremio y tan determinantes en la vida de un niño de siete u ocho años, como pueden ser las evaluaciones de la escuela primaria, para que el castigo o el regaño de mi mamá o mi abuela no fuera tan duro por romper algo con la pelota, ahora, unos veinte años después, me duermo sin pensar en Dios como algo que me libre de mis pesadillas o acudo a algún libro para batallar contra el insomnio; me he alejado de Dios.



Me he alejado de Dios y reconozco que dudo de su existencia, que cuando Nietzsche dice que el hombre no proviene del espíritu ni de la divinidad y que nuevamente se ha colocado entre los animales y que es el más fuerte porque es el más astuto, y que es el más grande designio de la evolución animal; me convence. Al igual que cuando señala que la historia de la humanidad tuvo que ser modificada para que el cristianismo tuviera validez, entonces el antiguo testamento fue un prologo muy extenso pero suficiente para substituir definitivamente la evolución del hombre animal, es entonces cuando nos presenta al superhombre, como resultado de la evolución de la especie humana, el superhombre que ya no necesita  de Dios, el superhombre que ha salido adelante aun a pesar de Dios.



Por otro lado, también me convence Jaime Sabines con su romanticismo, con la idea romántica del Dios viejo, del Dios amoroso, del Dios conocedor de la vida y de los hombres, del Dios activo, del Dios encantador, que cada nuevo día nos regala una maravilla o nos derrumba con una catástrofe, pero siempre con todo cariño y siempre reinventándose a sí mismo.



Al igual que Sabines, Eduardo Galeano me convence con la imagen de un Dios más meditabundo, más mundano que intenta justificar el accionar del hombre en las propias debilidades de Dios al momento de la creación; es un Dios más tangible.



Reconozco que la vida acompañada de una imagen suprema: digo por cualquier deidad positiva, es una vida más estable, me atrevería a pensar; más feliz, con una concepción de la felicidad como algo venido de hacer lo correcto de acuerdo con algún lineamiento superior a nuestro conocimiento, incluso para la aniquiladora idea de la muerte, siempre resulta reconfortante imaginar que después del último aliento hay una vida de dicha en el infinito.



Ahora que han pasado los años y que desde hace ya un buen tiempo he vivido sin la idea generalizada de Dios, debo confesar que no me ha ido mal, que muy probablemente sea fácil vivir sin el tormento de que por cada acto mal visto a la moral le sobrevenga un castigo divino o nos aguarde el tenebroso infierno a perpetuidad, mas no por eso hago lo que se me da la gana y lo justifico pensando que no lo hago por el amor que siento por la vida y por la humanidad.



En realidad no es así, realmente lo hago por el cariño que siento por Dios, por ése Dios que me inculcaron mi papás y que se fraguo en mi infancia como el súper papá del mundo, ése papá que todo puede y que todavía me salva en mis terrores emocionales, pero ya no es el miedo al infierno o al castigo venido de Dios, es el no defraudar a alguien en quien yo creo y pienso que también cree en mi.



Es por eso que propongo una tregua, una tregua que confronte al hombre con el hombre pero con el único afán de hacer perdurar la vida en el mundo; en todas sus presentaciones. Propongo una tregua con Dios, sin importar la idea que tengamos de él, ni el credo que profesemos, propongo una tregua con los valores, con la vida, con los animales, con las plantas y los árboles, con los colores de la piel, con los distintos idiomas y lenguas en el mundo, con el pensamiento de los demás, propongo una tregua duradera, no sin crítica, no sin lucha, pero sí con la convicción de que nuestra tregua nos dará la posibilidad de llevar una vida más plena.