LA MARIPOSA
Por:
Luis Esteban Santos Rodríguez
Continúa el caminante andando, ya con pasos
más lentos que los que daba al principio de su andar, cuando salió hace un día
y medio de Tilantongo; encontró una vereda y la siguió, quería llegar allá a
donde todo es posible, a donde no es necesario haber nacido ave para poder
volar, pero ahora todo en su cuerpo le reclama, la cabeza se siente un poco más
reconfortada porque ya hace unos dos kilómetros entró a ésta parte boscosa en
la que los árboles lo han acogido con sus frescas sombras y le ha saciado la
sed aquel noble riachuelo de agua clara y limpia que lo ha librado de morir de
extenuación, pero las piernas ya no pueden más, los pies los siente a punto de
estallar.
A lo
lejos a unos treinta metros hay una piedra en forma de plancha, él sabe que ése
podría ser su trono y se decide a ir en busca de él. La piedra no pone
resistencia, ni intente huir, ha sido capturada por un nuevo caminante que
vestido de manta blanca se posa sobre de ella y deja que transcurra el tiempo,
mientras escucha cantar al viento sus amores con las ramas de los árboles que
se estremecen a cada nota débil o fuerte que sopla.
El caminante desde hace un buen rato
dejo de serlo, para convertirse en un espectador más de la naturaleza del bosque,
al que no ha importado que un extraño esté ahí y sigue cantando su amor a la
vida. Conmovido por lo que estaba viviendo en ése momento, él, toma una rama
pequeña y juega con ella, en el suelo traza con uno de los extremos de la rama
algunas figuras, entre ellas, una casa, una puerta y un árbol, luego marca el
contorno de sus pies descalzos y los levanta para ver que en realidad son sus
huellas, pero que no son igual a las otras que vino dejando en el camino, la
diferencia es que éstas no están cansadas, y se alegra, y recuerda la razón por
la que salió de Tilantongo, y la sonrisa se le borra, y da paso a la nostalgia
de sentirse solo día y medio.
Justo un instante antes de soltar el
llanto que le ha venido a remover la soledad, una mariposa amarilla con manchas
negras en las alas se posa sobre su hombro derecho, él vuelve la cara
lentamente para no ahuyentarla y trata de mirarla con el rabillo del ojo,
entonces nota que la mariposa ésta moviendo también su pequeñísima cabeza para
buscar el rostro de él, entonces, sus miradas coinciden y el corazón de él da
un sobresalto, porque se ha preacatado de que la mariposa también tiene rostro,
pero no es rostro de mariposa sino de persona y por si fuera poco es un rostro
familiar, pero ¿ de quién ? se pregunta sin hablar y comienza a buscar en sus
recuerdos, entonces descubre que el rostro de la mariposa es idéntico a su
cara, sí, la mariposa tiene el rostro idéntico al de él, gira nuevamente la
cabeza y nota que sobre el hombro derecho ya no hay nada y enseguida comienza a
sentir un ligero golpeteo insistente como de pétalos de rosas en el lóbulo de
la oreja izquierda, es la mariposa que se ha sentido segura y con la confianza
de poder jugar con el hombre.
Él la contempla y nuevamente sus
miradas coinciden, la mariposa se refleja en los ojos del hombre y se dan
cuenta de que sus rostros son idénticos, el hombre al notar que han coincidido
las miradas le sonríe, la mariposa queda volando justo a la altura de los ojos
de él que permanece sentado sobre la
piedra, pero ella no responde a la sonrisa, entonces el hombre piensa que tal
ves ella no puede sonreír. La mariposa no deja de aletear y comienza a tomar
altura, pero las miradas no han dejado de estar al mismo nivel.
Como hipnotizado él se ha perdido en
la mirada de ella y no ha notado que ya se encuentra a más de diez metros por
encima de la piedra, luego parpadea y lo nota, sí, está flotando por encima de
los árboles también y se siente libre, emocionado, satisfecho porque piensa que
por fin ha llegado al sitio que imaginó y no siente miedo de caer porque ella
no lo ha dejado un sólo instante. Pero como nunca nada es para siempre,
comienza el descenso, otra vez hacia la tierra. La mariposa no le quita la
mirada de encima sino hasta haberlo dejado sentado sobre la piedra a donde comenzó la aventura.
Emocionado por la experiencia que de
verdad ha sido única en su vida, él, extiende el dedo índice de la mano derecha
e invita a la mariposa a confiar en él, ella no duda y se posa sobre el dedo
que tiembla de emoción. Luego, mariposa y hombre comprenden que ha llegado el
momento de despedirse, él intenta agradecerle pero no sale una sola palabra de
su boca, la emoción le comió todas, entonces ella concentró su mirada en la de
él y su pequeño rostro brillo con una sonrisa indescriptible, con una sonrisa
única, con una sonrisa... de mariposa.
Y quizá ella es la única mariposa que
alguna vez ha sonreído, y quizá él es el único caminante que alguna vez ha
volado.
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